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La paz empieza en casa

Todos los días nacen bebés, nuevos seres humanos que llegan a este planeta nuestro. Pequeños, indefensos humanos, llenos de necesidades esperando ser colmadas por otros que ya están aquí.

Nacen esos seres con su carga genética, con su información epigenética y con todos los recursos necesarios para aprender de su entorno lo que será la mejor estrategia de supervivencia posible para ellos.

Así es, nacemos con un cerebro que prioriza la supervivencia. Eso quiere decir que nuestro cerebro tiene un velcro para las circunstancias adversas, esas dejarán mucha más huella que las cosas que transcurren a nuestro favor.

Nuestro cerebro registra minuciosamente todos los acontecimientos que considera un peligro para nuestra continuidad en este planeta.

Este aprendizaje empieza dentro del útero, sabemos ya que los bebés son capaces de cambiar su fisiología de acuerdo a los nutrientes a los que tiene acceso la madre. De ese modo preparará su organismo para lo que considere que van a ser las circunstancias que se encontrará fuera del cuerpo de su madre.

¿Y dónde aprende un nuevo ser humano a relacionarse con otros? Pues es fácil responder, el primer grupo social, el primer campo de pruebas que le enseñará cómo son los comportamientos entre personas es su familia.

El primer aprendizaje lo obtendrá de su cuidador o cuidadora principal. Casi siempre, su madre. Cómo responda a sus demandas, a sus necesidades básicas marcará su primer contacto con la realidad que le ha tocado vivir. Puede que su mamá sea una mujer deseosa de ofrecer afecto, capaz de ofrecerse a sí misma lo necesario como para no tener carencias que llenar a través de él. Puede que sea una mamá sostenida por su entorno, llena, plena y con todos los apoyos para poder llevar a cabo la difícil tarea de dejar por un tiempo a un lado tantas cosas que había construido para sí misma para darse como nunca ha experimentado.

O puede que tenga una mamá normal, con carencias, con su propia mochila de sentimientos del pasado, con tantas dificultades para mirarse a ella misma y darse lo que necesita como la cultura en la que ha nacido le ha propiciado construirse.

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Y ahí experimentará la primera guerra. La guerra de tus necesidades o las mías. Aprenderá que las condiciones no son las mismas en los dos bandos y aprenderá qué armas son valiosas y cuáles no.

Y lo registrará en su memoria; Algún día yo seré quien esté en el bando de los ganadores.

El círculo se amplía, entran más personas dentro de la familia. Ahora las necesidades ya no son sólo nutritivas, ahora son también sociales. Y entonces aprenderá que otra vez la guerra de las necesidades está presente y que el miedo, las amenazas, los gritos y algún que otro golpe son herramientas muy efectivas para ganar esas guerras.

Aprenderá también otros tipos de humillación. El silencio que lo ignora, ya que es considerado “un capricho”, la negación de su sufrimiento por considerarlo algo insignificante o inadecuado.

Aprenderá mucho y muy rápido a pensar que las necesidades del otro no merecen ser escuchadas cuando están en juego las mías. Que, aunque socialmente muy pocas defiendan públicamente este tipo de trato, y entre adultos sus papás sonrían y sean muy respetuosos, en lo que concierne a ellos, sus hijos, y dentro de casa, las reglas serán otras. Y estarán permitidos gritos, insultos y menosprecios que jamás se permitirán, por ejemplo, con sus compañeros de trabajo.

Eso les confundirá un poco, ya que si ellos pegan o gritan a otros niños serán castigados por ello, muy posiblemente con los mismos gritos y tirones que se les dice que no tienen que dar.

Tardarán un tiempo es entender que todo forma parte de una espesa cortina de humo en la que las cosas parecen una cosa y son otra. Donde poner el ventilador y empezar a poner claridad a todo este asunto de la violencia a veces acarrea aún más sufrimiento ya que verlo duele, sobre todo verse a uno mismo dentro, duele. Y la tentación de mantener la cosa tal cual está, pues se hace casi balsámica.

Así socializado, desprovisto de una mirada externa que le haya facilitado entender los propios mecanismos de sus propias emociones y mucho menos de las emociones de los demás, saldrá al mundo adulto, y ¡vaya desilusión! Todas aquellas reglas nombradas, que firmemente ha seguido para mantener el afecto de los suyos pues va y resulta que son inútiles.

Así que, como un eslabón más de la misma cadena, repetirá una a una las guerras de las necesidades encubiertas. Y podrá decir que ese se merece lo que le han hecho, que se lo ha ganado, porque ya se habrá olvidado de que ese una vez fue él.

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